El surrealismo es diver. Cuanto menos, te rompe los esquemas de forma amena, y te ríes. Te sorprendes para bien. Cuando el surrealismo se deja manejar es un compañero agradable.
Ahora que ando estudiándome los fenómenos de la psicología social, me he dado cuenta de que casi todos nuestros comportamientos pueden reducirse a “una reacción ante la ruptura de expectativas”. Y, efectivamente, así es.
Todos hemos comprendido, mejor o peor, el mundo. Al menos, a nuestra manera. De cómo va esto, de que el sol sale, dura unas horas en el cielo y luego desaparece y la ciudad se oscurece; que el fuego quema, el agua moja, y que un pollito en una licuadora pierde su color amarillo. Y todos esperamos, estamos expectantes, nuestros esquemas nos dicen que mañana seguiremos vivos, que todos nuestros seres queridos, y los no queridos, se despertarán también. Que hoy será básicamente una copia de ayer en cuanto a modus operandi de vivir se refiere: andaré con las dos piernas, respiraré, masticaré con los dientes, moveré la lengua al hablar, qué se yo... mi corazón seguirá latiendo.
Por eso no mola cuando alguien se muere. Cuando alguien desaparece. El surrealismo de la muerte, la ruptura de estas expectativas, es devastadora. Nos noquea.
Has adaptado tus esquemas de comprensión del mundo a unas personas, están ahí, con una presencia variable, pero existen en tu vida. Y de repente, un día, dejan de estarlo. Sin ninguna explicación, no están y punto. Han dejado de existir. No viven, no son.
Y claro, es difícil creerselo, de tanta fuerza como tiene la vida diaria, los hechos arraigados hasta la náusea: siempre igual, siempre vivo. Siempre con dos piernas, siempre con un corazón que te impulsa, siempre con una película de Heath Ledger por año.
Siempre pienso en que algún día veré morir a todos esos personajes célebres: cantantes, actores, escritores, directores. Siempre creo que les sobreviviré y que algún día estaré comiendo con mi marido, o quizás rodeada de gatos, y veré un sucedáneo de Corazón de Otoño en el que me informarán que Leonardo DiCaprio la ha palmado. Y entonces yo diré: ay, Leo, Leo... buenos titanics te gastaste.
Por eso me descoloca que gente joven, hermosa, multimillonaria y famosa se vaya marchando.
¿Qué pasará si, además de no ser hermosa, multimillonaria y famosa, ni siquiera les sobrevivo?
Como siempre digo en estos casos: si te vas, despídete antes; pero luego cierra la puerta que hace corriente.